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sábado, 8 de marzo de 2008

Cuéllar evita que el Cádiz puntúe en Ipurúa

Antonio Calderón y su equipo están haciendo un máster en repetición de fallos en las últimas jornadas. El Cádiz sigue siendo un equipo con pocas ideas claras y que es fácilmente desquiciable por el rival de turno, en esta ocasión el Éibar. Y para mayor castigo, el gol rival volvió a recordar a cualquiera de los últimos encajados: fallo general de la zaga, minuto psicológico -uno antes del descanso- y de nuevo a balón parado. Mandiola hizo que sus hombres diesen una lección de equipo y dejasen al Cádiz inmerso en una crisis de identidad. Los amarillos crearon peligro cuando intentaban jugar la pelota, pero eran un puchinela en manos del rival cuando buscaban el juego directo.
Nadie se podía imaginar que el final de la película iba a ser tan cruel después de que en los primeros minutos Cuéllar se erigiese en salvador de su equipo desbaratando tres ocasiones claras. La diosa Fortuna volvió a dar la espalda a los amarillos. El Éibar no tiró una sola vez con peligro a portería antes del descanso, pero la falta lejana de Martino entraba por el segundo palo cadista sin que nadie acertara a tocar el esférico.
En la segunda parte no llegó la reacción cadista. El Éibar seguía en su papel de luchador y prefirió jugar al contragolpe. El castigo pudo ser mayor si Ceballos Silva hubiera señalado penalti en una jugada entre César y Goiria dentro del área. Más tarde perdonaría la expulsión del guardameta Cuéllar que tocó la pelota con las manos fuera del área.
Aunque Calderón dio entrada a los jugones -Parri, Enrique y Fran Cortés-, pero apenas olieron pelota. El Cádiz intentó estirarse y consiguió varias ocasiones a balón parado que no fueron aprovechadas. Ya en las postrimerías el empate llegó a cantarse entre los amarillos, pero el tiro de Enrique a la media vuelta fue salvado en misma línea de gol por Larrañaga.
El Cádiz una semana más demuestra ser un equipo sin fortuna que no encuentra el camino correcto pese a los idénticos golpes que continúa recibiendo, mientras que el Éibar toma aire a su más puro estilo.

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